sábado, 2 de agosto de 2008

De la Mirada a la Figura

Al verla tan limpia y lisa me dije “hoy se queda en blanco”. Pero algo me impulsa a mancharla con esto que sólo se descubre conforme avanza la mirada. Hoy hablamos de la mirada, eso que nos hace reconocernos en nuestra debilidad, en nuestra vulgaridad. Alguien por ahí mencionó “Las Meninas” de Velásquez; cómo en aquel cuadro nos descubrimos por las miradas que apuntan a nosotros sin que nosotros seamos parte del conjunto, parte de la escena que pueden alcanzar las miradas. Pero más allá de esa forma de conformación y reconocimiento, más allá de todos esos intentos por no caer en las categorías erróneas, la mirada de los otros es algo terrible y grandioso. Tan importantes son esas miradas, que creamos todo un mundo sólo para ellas, máscaras, poses, miles de formas de ocultar nuestra propia debilidad que queda al descubierto en ellas para nosotros. ¿Será que nos queremos ocultar a nosotros mismos? o ¿sólo será a las miradas de los otros? Sea como fuere hay siempre algo que ocultar. Todos mienten, y eso es condición de posibilidad del transcurrir mismo de la vida. ¿Cómo podríamos ir por ahí en una completa desnudez nuestra? ¡No!, quedaríamos reducidos a un ovillo recluido en la soledad de algún oscuro rincón, no podríamos actuar, vivir. Para eso inventamos al hombre, para poder vivir inventamos Un hombre, ese que cada vez somos nosotros.

Pareciera ser que hay algo de trágico en todo este vivir. Nos vemos arrojados del mundo hacia el horizonte del mismo, o lo que es lo mismo, nos vemos invadidos por el desarraigo. Ahí está el mundo y, sin embargo, no estamos en él, nos es ajeno, no conforma un hogar. Las condiciones del surgimiento del arrojo y desarraigo deberán quedar por ahora en las sombras del discurso. Pero es algo que cualquiera podrá recordar haber sentido, o estar sintiendo ahora. Así, desde el horizonte del mundo nos vemos carentes de un puente hacia éste. Intentar correr hacia el mundo sería como tratar de alcanzar corriendo nuestra sombra cuando se escurre frente a nosotros, o intentar colocarnos debajo de la luna cuando la mañana se acerca. No hay forma de llegar la mundo. ¿Arrojarnos a él? Un vacío de sentido se nos abre a nuestros pies, esa vacío de sombras que se nos presenta adverso, amenazando con diluirnos con sus sombras. En fin, que no hay forma de trazar un puente al mundo. Y es aquí cuando logramos contemplar esas orillas del horizonte en el cual nos encontramos, y hayamos en ellas la mirada, o las miradas que contemplan con igual extrañeza el mundo. Y así, las figuras comienzan a trazar puentes. Por aquí la de hombre me permite dar el primer paso, por allá la de trabajo me inserta de lleno en el mundo. Se trazan puentes y se trenzan los puentes y quedan libres las miradas para vagar en el mundo sin que puedan recordar qué puente ha sido el que las ha llevado al mundo, y sin que puedan dar marcha atrás.

¿Qué son pues ahora esas miradas? Son hombres, son mujeres, son padres, son maestros, son máscaras y sombras. Todas y cada una de ellas han sido contorneadas por figuras, delimitadas, constituidas, limitadas, determinadas por figuras. Y con el tiempo se erigen estatuas para recordar a todo mundo las figuras. Quedan impresas incluso en el corazón de las miradas. Y las figuras se juntan para llevar sus trazos más allá de la individualidad. Y forman figuras de figuras y nace la familia y nace el estado y nace un mundo llevado de la mano por las figuras.

Sin embargo este mundo es aún un mundo de miradas que reconocen su condición de arrojo y desarraigo. Se dan pequeñas explosiones que nos arrojan al horizonte, pero solo para deslizarnos por las redes de la figura hasta la vida en el mundo. Lo terrible es precisamente lo que posibilita la explosión. Y el arte es esa bomba que patentiza lo terrible con la fuerza necesaria para arrojarnos. Aún cuando el arte mismo sea una figura, es de las pocas, si no es que la única, que tiene la fuerza suficiente para reventar su propia condición de figura.

Y por hoy ya ha sido suficiente la violencia ejercida contra la página en blanco. Habrá que dejar que sean otros los que sigan ejerciéndola más tarde, que para eso ha sido creado este espacio.
Sólo me queda dejar una imagen, un cementerio en Kyoto, fue lo primero que me vino a la mente cuando pensaba en el mundo lleno de figuras.



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