viernes, 31 de octubre de 2008

martes, 21 de octubre de 2008

¿Filosofía?

¿Cómo iniciar una reflexión sobre lo que pueda ser la filosofía? ¿Ciencia, actividad, forma de vida? ¿por dónde empezar? Para no detenerme en el vacío de estas preguntas iniciaré con las palabras de alguien que parece estar mejor situado en el tema que aquí me ocupa: “Filosofía de la vida dice tanto como Botánica de las plantas.” Es entonces la vida el objeto de la filosofía. Corremos el riesgo aquí de perdernos en la vacuidad de una nueva pregunta, ¿qué es la vida? Para no perdernos, pensemos en las veces que hemos usado la filosofía, hecho filosofía; y no me refiero a una reflexión filosófica en el marco de un problema académico o profesional, vayamos a la vida misma. ¿cómo iremos sin antes saber qué es la vida? Esto no debe preocuparnos, vayamos a lo que en el juego del lenguaje cotidiano llamamos vida. Sin duda ante un problema similar, no es el mismo abordaje el que lleva acabo alguien acostumbrado al pensar filosófico que aquel que lleva acabo alguien acostumbrado al razonamiento matemático, arquitectónico, histórico o cualquier otro. No se trata aquí de llevar la discusión al punto en el que se privilegie el abordaje filosófico frente a cualquier otro. Por el contrario, se trata de distinguir lo propiamente filosófico de lo demás, sin miramientos a la superioridad o preeminencia de esto o aquello. Si mi asunto es saber qué hacer si mi novia me engaña, no es mi objeto la vida, mi objeto es uno entre otros que constituyen la vida. Un pedazo de vida si así se quiere, tan importante a veces como la vida misma, pero un pedazo al fin y al cabo. ¿Cómo es entonces que se puede hacer filosofía sin abarcar la inmensidad de la vida en una sola reflexión? La pregunta no es legítima en el punto en que nos encontramos. En este punto de la reflexión, carece de sentido. Pero intentemos encontrarle algo de sentido a lo que aquí se pregunta. La vida como totalidad no puede ser abarcada por el ojo filosófico, ni por algún otro, lo que éste sí puede, es abrir y hacer patente el horizonte remisional que detrás del objeto se encuentra. El objeto de la filosofía es la vida que se muestra en el objeto filosófico particular. Concedamos esto por el momento con miras a aclararlo mejor después de algunas palabras. Pareciera con lo último dicho que el actuar filosófico tiene dos tipos de objetos, uno inmediato y concreto, y uno originario y difuso. Sin embargo, el primero no resulta propio únicamente de la filosofía, éste es abarcado por diversas miradas, de las cuales la filosofía sólo es una. Preguntaba yo por la infidelidad de mi novia. Claro que no es éste un objeto exclusivo de la filosofía, incluso muchos dirán que ese no es un verdadero problema filosófico, y en parte tienen razón; en parte. La parte que les resta a ellos de error es la que pretendo utilizar para esclarecer en algo lo que aquí nos ocupa. El lidiar con la contradicción inherente a una posible infidelidad, hace que se presente una disposición anímica de difícil conceptualización. Por un lado tenemos el amor que sentimos por alguien, por otro, el dolor causado por una acción de ese mismo alguien. ¿Cómo es que se puede hacer filosofía con tal objeto o situación? Decíamos ya que el objeto de la filosofía es la vida. De la infidelidad resulta un asombro, una disposición anímica que puede ser lo que Schopenhauer expresaba con la frase ‘ich kenne mich nicht aus’; pero vayamos más allá de la inmediatez de la disposición. ¿Qué hay detrás de dicho ‘ich kenne mich nicht aus’? Hay una contradicción, hay amor y “odio” que parecen tener por objeto una misma persona. ¿Es realmente la misma persona? ¿puede un realmente amar alguien que lo lastima? ¿A quién amo, a la mujer que me ha engañado, o a la mujer que nunca me engañó? Ambas son la misma y a la vez no lo son. Pongámosle nombre a nuestra infiel para facilitar el asunto: Emma. Cuando Emma aún no me engañaba era la mujer que nunca me engañó, después, aquella que me engañó. Y claro que puedo decir que amo a la primer Emma y que odio a la segunda. Sin embargo, no estoy diciendo que amé a Emma y ya no, en tal caso no se presentaría una contradicción para la inmediatez del ‘ich kenne mich nicht aus’, dado que amé y ya no, y de lo que se trata es de que ame y odie a la vez. Mi problema es la infidelidad de Emma, hasta aquí no se nos descubre el resto de vida que debe hacer la diferencia entre el filosofar y cualquier otro proceder. Más atrás del amor, odio e infidelidad, tenemos a Emma, o yo la tengo, o más bien la tenía. En todo caso, ella es el referente de mi amor y odio. Dicho referente tiene un nombre, es un objeto en el mundo y tiene un nombre con el cual puedo referirme a él. Sin embargo ¿cuál es el verdadero referente, Emma la que nunca me engañó o Emma la infiel? No fue uno antes y uno después, de lo contrario no habría contradicción. Al conocer a alguien nos hacemos una figura de ese alguien, conforme nuestro conocimiento de la persona crece, la imagen primitiva se delimita más y se le añaden y quitan características, y así llegamos a una figura que es susceptible de ser amada por nosotros. Pero esa figura no es independiente de mí, ni independiente de su origen. Me siento hasta aquí legitimado a decir que amo mi figura de Emma y, por ello, a su referente. Al momento en que descubro la infidelidad no puedo dejar de amar mi figura de Emma ni puedo dejar de odiar a Emma. La contradicción es tal, por el hecho de que no pueda separar la figura de lo figurado. No puedo quedarme con una figura y un nombre que carecen de referente. Y ese será el origen de mi posterior tristeza. Pero antes de eso, tuve que darme cuenta de que mi figura de Emma no apuntaba correctamente a Emma, no es que ya no ame a Emma, sino que Emma ha dejado de tener referente. Hay una Emma en el mundo que me ha sido infiel y me ha lastimado y a la cual odio, pero hay una imagen de Emma que no puedo dejar de amar. Dándome cuenta de esto, puedo explicarme la tristeza que me embarga cuando termino con ella: Emma ha muerto, no hay una objetivación de mi amor.
¿Para qué fue todo esto? ¿de dónde salió, y para qué, Emma? Ella y su infidelidad eran mi problema. Y ¿cómo es que ese problema fue abarcado por una mirada filosófica? Porque la creación de figuras no se limita a las relaciones amorosas, las figuras invaden todo el mundo, toda la vida. Pero hay que explicar más a fondo esto de las figuras. Tan sólo para no dejar en el vacío mi supuesto del horizonte remisional que se abre detrás del objeto filosófico.

Pareciera ser que hay algo de trágico en todo este vivir. Nos vemos arrojados del mundo hacia el horizonte del mismo, o lo que es lo mismo, nos vemos invadidos por el desarraigo. Ahí está el mundo y, sin embargo, no estamos en él, nos es ajeno, no conforma un hogar. Las condiciones del surgimiento del arrojo y desarraigo deberán quedar por ahora en las sombras del discurso. Pero es algo que cualquiera podrá recordar haber sentido, o estar sintiendo ahora. Así, desde el horizonte del mundo nos vemos carentes de un puente hacia éste. Intentar correr hacia el mundo sería como tratar de alcanzar corriendo nuestra sombra cuando se escurre frente a nosotros, o intentar colocarnos debajo de la luna cuando la mañana se acerca. No hay forma de llegar la mundo. ¿Arrojarnos a él? Un vacío de sentido se nos abre a nuestros pies, esa vacío de sombras que se nos presenta adverso, amenazando con diluirnos con sus sombras. En fin, que no hay forma de trazar un puente al mundo. Y es aquí cuando logramos contemplar esas orillas del horizonte en el cual nos encontramos, y hayamos en ellas la mirada, o las miradas que contemplan con igual extrañeza el mundo. Y así, las figuras comienzan a trazar puentes. Por aquí la de hombre me permite dar el primer paso, por allá la de trabajo me inserta de lleno en el mundo. Se trazan puentes y se trenzan los puentes y quedan libres las miradas para vagar en el mundo sin que puedan recordar qué puente ha sido el que las ha llevado al mundo, y sin que puedan dar marcha atrás.

¿Qué son pues ahora esas miradas? Son hombres, son mujeres, son padres, son maestros, son máscaras y sombras. Todas y cada una de ellas han sido contorneadas por figuras, delimitadas, constituidas, limitadas, determinadas por figuras. Y con el tiempo se erigen estatuas para recordar a todo mundo las figuras. Quedan impresas incluso en el corazón de las miradas. Y las figuras se juntan para llevar sus trazos más allá de la individualidad. Y forman figuras de figuras y nace la familia y nace el estado y nace un mundo llevado de la mano por las figuras.

Sin embargo este mundo es aún un mundo de miradas que reconocen su condición de arrojo y desarraigo. Se dan pequeñas explosiones que nos arrojan al horizonte, pero solo para deslizarnos por las redes de la figura hasta la vida en el mundo. Lo terrible es precisamente lo que posibilita la explosión. Y el arte es esa bomba que patentiza lo terrible con la fuerza necesaria para arrojarnos. Aún cuando el arte mismo sea una figura, es de las pocas, si no es que la única, que tiene la fuerza suficiente para reventar su propia condición de figura.

Y todo esto sólo por Emma. Esto es precisamente lo propio del filosofar, abrir la vida detrás de los objetos con los cuales nos topamos en la vida.